Las
implicaciones de la escritura
Hemos
hablado del origen y de la historia de la escritura y el alfabeto, pero, ¿qué
se puede decir de su significado? Las implicaciones generales de la
introducción de un medio de registrar el habla son revolucionarias, en su
potencialidad si no en su actualidad. En primer lugar, permite la transmisión
cultural (no genética) de generación en generación. Lo mismo se puede decir del
habla, pero la escritura permite que esta transferencia se lleve a cabo
indirectamente (de hecho, independientemente de intermediarios humanos
directos), y sin la continua transformación de la frase original,
característica de la situación puramente oral. Por ejemplo, quiere decir que se
hizo posible reconstruir el pasado de forma radicalmente distinta, de forma que
(para emplear una dicotomía poco convincente) el “mito” fue complementado e,
inclusive, sustituido, por la “historia”. El tipo de transformación que esto
produjo puede entenderse si pensamos en la forma en que el registro visual en
película y el registro sonoro en cinta han aumentado el contacto con nuestros
predecesores, a la vez que el entendimiento con ellos. Pero dicho entendimiento
es quizás la menos importante de sus implicaciones. La preservación conduce a
la acumulación, y la acumulación a la posibilidad cada vez mayor de un
conocimiento cada vez más amplio. La escritura, que es, en efecto, la primera
etapa de la preservación del pasado en el presente, tuvo los efectos más
enriquecedores. Porque no sólo creó una posibilidad, sino que la realización de
esa posibilidad cambió el mundo del hombre, tanto en lo interior como en lo
exterior, de forma extraordinaria. El proceso, por supuesto, no es ni inmediato
ni inevitable. La organización social puede, y a menudo lo hace, retrasar su
impacto. Pero la posibilidad está allí.
¿Cómo
cambió el mundo del hombre? Permítaseme referirme, primero, a los cambios
organizativos. La escritura, en el sentido más amplio, apareció con el
crecimiento de las civilizaciones urbanas. No fue únicamente una consecuencia,
sino también una condición de ese desarrollo, aunque la compleja mnemotécnica
de las cuerdas y nudos (quipu) hizo avanzar a los incas un buen trecho en este
sentido. En Mesopotamia, la primera palabra escrita parece ser la del mercader
y el contador, a veces como parte de la organización eclesiástica del templo de
la ciudad.
¿Qué
es lo que facilitó la escritura? Sin duda, la identificación de mercaderías, el
registro de tipos y cantidades de bienes, el cálculo de beneficios y pérdidas,
se beneficiaron enormemente del desarrollo de la escritura. Ninguna de estas
actividades es imposible en sociedades orales. Pero la escala y la complejidad
de la operación estaban limitadas sin la palabra escrita. Además de las
operaciones mercantiles, la organización del templo de la ciudad se llevaba a
cabo mediante la escritura, que permitía la elaboración de disposiciones
burocráticas relativas a los impuestos y los tributos, y desempeñaba un papel
importante en la conducción de los asuntos externos y la administración de las
provincias. La ley se organizaba alrededor del código escrito antes que de la
“costumbre”, más flexible, de la sociedad oral, que podía reaccionar a las
situaciones sociales cambiantes sin tener que apartarse deliberadamente.
Mientras que la escritura temprana fue puesta al servicio de la economía
política, la preparación de escribas estaba estrechamente ligada a la esfera
religiosa. Más aún: la comparativa complejidad de los sistemas logográficos,
combinada con el deseo de los escribas de controlar la educación, significó que
la cultura escrita quedara restringida a una pequeña parte de la población y,
hasta cierto punto, limitada en las tareas que realizaba. Una de las tareas
que, sin embargo, llevó a cabo la escritura cuneiforme, fue el registro de
información sobre el movimiento de los cuerpos celestes que sirvió de base a
los posteriores avances en la astronomía y las matemáticas. La posibilidad de
preservación condujo a la acumulación, y luego a un conocimiento creciente.
Dicho proceso no se vio seriamente inhibido por la naturaleza del sistema de
notación lingüística, ya que las matemáticas eran un sistema logográfico y no
alfabético.
La
invención del alfabeto y, hasta cierto punto, la del silabario supusieron una
enorme reducción en el número de signos, y un sistema de escritura
potencialmente ilimitado, tanto en su capacidad para transcribir el habla, como
en su disponibilidad para la población en general. Los descendientes del
alfabeto cananeo se expandieron ampliamente por Europa y Asia, y más tarde por
los demás continentes, haciendo asequible una escritura fácil de aprender y de
usar.
Los
resultados se ven en el aparente crecimiento de la cultura escrita en el área
sirio-palestina, donde los usos de la escritura se extendieron de lo político y
económico a lo histórico y literario: de esto, el Antiguo Testamento de los
hebreos se puede considerar uno de los primeros grandes productos. Sin embargo,
la verdadera difusión de la cultura escrita tuvo lugar en Grecia, con su
alfabeto completamente desarrollado y un sistema de instrucción que situaba el
alfabetismo fuera del ámbito religioso. En este nuevo contexto, la escritura
consiguió imponer ciertas restricciones al desarrollo del gobierno
centralizado, que ayudó a promover proporcionando un instrumento de control en
forma de papeleta (para votar). Al mismo tiempo, asistió al desarrollo de
nuevos campos de conocimiento y alentó nuevas formas de conocer; el desarrollo
del escrutinio visual del texto complementaba ahora la entrada auditiva de
sonido en amplias áreas del conocimiento humano; la información lingüística se
organizó por medio de registros tangibles, lo que afectó la forma en que la
inteligencia práctica del hombre, sus procesos cognitivos, funcionaba en el
mundo. Este potencial nació con los sistemas logosilábicos; de hecho, en la China se hicieron grandes
avances en la acumulación y el desarrollo del conocimiento utilizando el
sistema más primitivo de escritura completa. Pero el desarrollo de un sistema
democrático de escritura, uno que pudiera hacer de la transcripción fácil del
lenguaje una posibilidad para la gran mayoría de la comunidad, siguió a la
invención del alfabeto en Oriente próximo, si bien el alfabeto no tuvo
verdadera presencia hasta la invención de la reproducción mecánica de estos
textos por medio de los tipos móviles.
(Jack Goody, “Alfabetos y escritura”, en Raymond Williams (ed.), Historia de la comunicación, Barcelona,
Bosch Comunicación, 1992).
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