Oralidad y Escritura
Platón la escritura y las
computadoras
La
mayoría de las personas se sorprenden, y muchas se molestan al averiguar que,
en esencia, las mismas objeciones comúnmente impugnadas hoy en día contra las
computadoras fueron dirigidas por Platón contra la escritura, en el Fedro (274-277) y en la
Séptima Carta. La escritura, según Platón hace decir a
Sócrates en el Fedro, es inhumana al
pretender establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede
existir dentro de él. Es un objeto, un producto manufacturado. Desde luego, lo
mismo se dice de las computadoras. En segundo lugar, afirma el Sócrates de
Platón, la escritura destruye la memoria. Los que la utilicen se harán
olvidadizos al depender de un recurso exterior por lo que les falta en recursos
internos. La escritura debilita el pensamiento. Hoy en día, los padres, y otros
además de ellos, temen que las calculadoras de bolsillo proporcionen un recurso
externo para lo que debiera ser el recurso interno de las tablas de
multiplicaciones aprendidas de memoria. Las calculadoras debilitan el
pensamiento, le quitan el trabajo que lo mantiene en forma. En tercer lugar, un
texto escrito no produce respuestas. Si uno le pide a una persona que explique
sus palabras, es posible obtener una explicación; si uno se lo pide a un texto,
no se recibe nada a cambio, salvo las mismas palabras, a menudo estúpidas, que
provocaron la pregunta en un principio. En la crítica moderna de la
computadora, se hace la misma objeción: “Basura entra, basura sale”. En cuarto
lugar, y de acuerdo con la mentalidad agonística de las culturas orales, el
Sócrates de Platón también imputa a la escritura el hecho de que la palabra
escrita no puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada natural:
el habla y el pensamiento reales siempre existen esencialmente en un contexto
de ida y vuelta entre personas. La escritura es pasiva; fuera de dicho
contexto, en un mundo irreal artificial... igual que las computadoras.
A fortiori, la imprenta puede
recibir las mismas acusaciones. Aquellos a quienes molestan los recelos de
Platón en cuanto a la escritura, se molestarán aún más al saber que la imprenta
inspiraba una desconfianza semejante cuando comenzaba a introducirse. Hieronimo
Squarciafico, quien de hecho promovió la impresión de los clásicos latinos,
también argumentó, en 1477, que ya la “abundancia de libros hace menos
estudiosos a los hombres” (citado en Lowry, 1979, pp. 29-31): destruye la
memoria y debilita el pensamiento demasiado trabajo (una vez más, la queja de
la computadora de bolsillo), degradando al hombre o la mujer sabios en provecho
de la sinopsis de bolsillo. Por supuesto, otros consideraban la imprenta como
un nivelador deseable que volvía sabio a todo mundo (Lowry, 1979, pp. 31-32).
Un
defecto del argumento de Platón es que, para manifestar sus objeciones, las
puso por escrito; es decir, el mismo defecto de las opiniones que se pronuncian
contra la imprenta y, para expresarlas de modo más efectivo, las ponen en letra
impresa. La misma incongruencia en los ataques contra las computadoras se
expresa en que, para hacerlos más efectivos, aquellos que los realizan escogen
artículos o libros impresos con base en cintas procesadas en terminales de
computadora. La escritura, la imprenta y la computadora son, todas ellas,
formas de tecnologizar la palabra. Una vez tecnologizada, no puede criticarse
de manera efectiva lo que la tecnología ha hecho con ella sin recurrir a la
tecnología más compleja de que se disponga. Además, la nueva tecnología no se
emplea sólo para hacer la crítica: de hecho, da la existencia a ésta. El
pensamiento filosóficamente analítico de Platón, como se ha visto (Havelock,
1963), incluso su crítica a la escritura, fue posible sólo debido a los efectos
que la escritura comenzaba a surtir sobre los procesos mentales.
En
realidad, como Havelock demuestra de manera excelente (1963), la epistemología
entera de Platón fue inadvertidamente un rechazo programado del antiguo mundo
vital oral, variable, cálido y de interacción personal propio de una cultura
oral (representada por los poetas, a quienes no admitía en su República). El
término idea, forma, tiene principios
visuales, vienen de la misma raíz que el latín video, ver, y de ahí, sus derivados en inglés tales como vision [visión], visible [visible] o videotape.
La forma platónica era la forma concebida por analogía con la forma visible.
Las ideas platónicas no tienen voz; son inmóviles; faltas de toda calidez; no
implican interacción sino que están aisladas; no integran una parte del mundo
vital humano en absoluto, sino que se encuentran totalmente por encima y más
allá del mismo. por supuesto, Platón no conocía de ninguna manera las fuerzas
inconscientes que obraban sobre su psique para producir esta reacción, o
sobre-reacción, de una persona que sabe leer ante la oralidad persistente y
retardadora.
Tales
consideraciones nos ponen sobre aviso respecto a las paradojas que determinan
las relaciones entre la palabra hablada original y todas sus transformaciones
tecnológicas. La causa de las exasperantes involuciones en este caso es, claro
está, que la inteligencia resulta inexorablemente reflexiva, de manera que
incluso los instrumentos externos que utiliza para llevar a cabo sus
operaciones, llegan a “interiorizarse”, o sea, a formar parte de su propio
proceso reflexivo.
La escritura es una tecnología
Platón
consideraba la escritura como una tecnología externa y ajena, lo mismo que
muchas personas hoy en día piensan de la computadora. Puesto que en la
actualidad ya hemos interiorizado la escritura de manera tan profunda y hecho
de ella una parte tan importante de nosotros mismos, así como la época de
Platón no la había asimilado aún plenamente (Havelock, 1963), nos parece
difícil considerarla una tecnología, como por lo regular lo hacemos con la
imprenta y la computadora. Sin embargo, la escritura (y particularmente la
escritura alfabética) constituye una tecnología que necesita herramientas y
otro equipo: estilos, pinceles o plumas; superficies cuidadosamente preparadas,
como el papel, pieles de animales, tablas de madera; así como tintas o
pinturas, y mucho más. Clanchy (1979, pp. 88-115) trata el asunto
detalladamente, dentro del contexto medieval de Occidente, en el capítulo
intitulado “La tecnología de la escritura”. En cierto modo, de las tres
tecnologías, la escritura es la más radical. Inició lo que la imprenta y las
computadoras sólo continúan: la reducción del sonido dinámico al espacio
inmóvil; la separación de la palabra del presente vivo, el único lugar donde pueden
existir las palabras habladas.
Por
contraste con el habla natural, oral, la escritura es completamente artificial.
No hay manera de escribir “naturalmente”. El habla oral es del todo natural
para los seres humanos en el sentido de que, en toda cultura, el que no esté
fisiológica o psicológicamente afectado, aprende a hablar. El habla crea la
vida consciente, pero asciende hasta la conciencia desde profundidades
inconscientes, aunque desde luego con la cooperación voluntaria e involuntaria
de la sociedad. Las reglas gramaticales se hallan en el inconsciente en el
sentido de que es posible saber cómo aplicarlas e incluso cómo establecer otras
nuevas aunque no se puede explicar qué son.
La
escritura o grafía difiere como tal del habla en el sentido de que difícilmente
puede ser deshumanizadora. El uso de la tecnología puede enriquecer la psique
humana, desarrollar el espíritu humano, intensificar su vida interior. La
escritura es una tecnología interiorizada aún más profundamente que la
ejecución de música instrumental. No obstante, para comprender qué es la
escritura -lo cual significa comprenderla en relación con su pasado, con la
oralidad-, debe aceptarse sin reservas el hecho de que se trata de una
tecnología .
¿Qué es la “escritura” o
“grafía”?
La
escritura, en el sentido estricto de la palabra, la tecnología que ha moldeado
e impulsado la actividad intelectual del hombre moderno, representa un adelanto
muy tardío en la historia del hombre. El Homo
sapiens lleva tal vez unos 50 mil años sobre la tierra (Leakey y Lewin,
1979, pp. 141 y 168). La primera grafía, o verdadera escritura, que conocemos
apareció por primera vez entre los sumerios en Mesopotamia, apenas alrededor de
3500 a.
de C. (Diringer, 1953; Gelb, 1963).
Antes de
esto, los seres humanos habían dibujado durante innumerables milenios.
Asimismo, diversas sociedades utilizaban diferentes recursos para ayudar a la
memoria o aides-mémoire: una vara con
muescas, hileras de guijarros, o bien como los quipus de los incas (una vara
con cuerdas a las que se ataban otras cuerdas), los calendarios de los indios
norteamericanos de las llanuras, quienes dividían el tiempo por inviernos y así
sucesivamente. Sin embargo, una grafía es algo más que un simple recurso para
ayudar a la memoria. Incluso cuando es pictográfica, una grafía es algo más que
dibujos. Los dibujos representan objetos. Un dibujo de un hombre, una casa y un
árbol en sí mismo no expresa nada.
(Si se proporciona el código o el conjunto de reglas adecuado, es posible que
lo haga; pero un código no puede representarse con imágenes, a menos que sea
con la ayuda de otro sistema no codificable en la ilustración. En último
término, los códigos deben explicarse con algo más que dibujos; es decir, con
palabras o dentro de un contexto humano total, comprensible a los seres
humanos). Una grafía en el sentido de una escritura real, como es entendida
aquí, no consiste sólo en imágenes, en representaciones de cosas, sino en la
representación de un enunciado, de
palabras que alguien dice o que se supone que dice.
Por
supuesto, es posible considerar como “escritura” cualquier marca semiótica, es
decir, cualquier marca visible o sensoria que un individuo hace y a la cual le
atribuye un significado. Por lo tanto, un simple rasguño en una piedra o una
muesca en una vara, interpretables sólo por quien los produjo, podría ser
“escritura”. Si esto es lo que se pretende dar a entender por “escritura”, su
antigüedad es comparable, tal vez, a la del habla. No obstante, las
investigaciones de la escritura que la definen como cualquier marca visible o
sensoria con un significado no surge inevitablemente del inconsciente. El
proceso de poner por escrito una lengua hablada es regido por reglas ideadas
conscientemente, definibles: por ejemplo, cierto pictograma representará una
palabra específica dada, o a
representará un fonema, b otro, y así
sucesivamente. (Esto no pretende negar que la situación de escritor-lector
creada por la escritura afecta profundamente los procesos inconscientes que
determinan la composición escrita una vez que se han aprendido las reglas
explícitas y conscientes.)
Afirmar
que la escritura es artificial no significa condenarla sino elogiarla. Como
otras creaciones artificiales y, en efecto, más que cualquier otra, tiene un
valor inestimable y de hecho esencial para la realización de aptitudes humanas
más plenas, interiores. Las tecnologías no son sólo recursos externos, sino
también transformaciones interiores de la conciencia, y mucho más cuando
afectan la palabra. Tales transformaciones pueden resultar estimulantes. La
escritura da vigor a la conciencia. La alienación de un medio natural puede
beneficiarnos y, de hecho, en muchos sentidos resulta esencial para una vida
humana plena. Para vivir y comprender totalmente, no necesitamos la proximidad,
sino también la distancia. Y esto es lo que la escritura aporta a la conciencia
como nada más puede hacerlo.
Las
tecnologías son artificiales, pero -otra paradoja- lo artificial es natural
para los seres humanos. Interiorizada adecuadamente, la tecnología no degrada
la vida humana sino por lo contrario, la mejora.
Extraído de Ong. W. Oralidad y escritura, FCE, 1987.
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